Historias. Sobre lugares lejanos y un sueño escondido.
Dicen que el fuego es hipnótico; quizás por eso el cervatillo mira quieto cómo las llamas lo envuelven todo, se reflejan en la ciénaga, se tragan cada rincón del bosque. Pasaron las horas, solo quedan troncos quemados, restos incomibles incluso para aquella voracidad; el cervatillo sigue ahí, solo, paralizado en el limbo. La imagen no es menos desoladora por ser su personaje un juguete, es tan familiar a las autopistas devastadas de Cormac McCarthy y al árbol seco de Tarkovski en El Sacrificio como a todas las escenas que transcurren ahora en los humedales, en las selvas, en cualquier lugar que pueda transformarse en cultivo sojero o en barrio privado.
El destino del pequeño ciervo, sin embargo parece un poco más alentador que la suerte del buzo que está a punto de entrar en las fauces de una banda de tiburones que lo apuntan con ojos desorbitados y bocas llenas de dientes tan afilados que parecen sierras. Cada fotografía de "Historias. Sobre lugares lejanos y un sueño escondido” captura un momento de máxima tensión, no importa si esta transcurre en un ámbito verosímil o fantástico.
Suponer que las Historias de Carlos Furman están protagonizadas por seres inertes, sería una observación parcialmente cierta pero algo injusta. Es verdad que contiene un elenco de juguetes que Furman fue comprando a medida que su interés en la historia crecía, a la vez que iba delineando en ellos una aventura particular. Pero en este mundo, al igual que en el nuestro “el humo es humo, y el fuego es fuego”. Esta es la imagen que trae al hablar de la minuciosa construcción de cada puesta en escena producida en el momento más intenso del encierro pandémico. Es posible dudar también del factor inanimado porque Carlos elabora la conexión atávica entre los muñecos y lo humano siempre mediada por lo numinoso. La fascinación por los objetos inanimados es un elemento que lo guía de manera constante, y que se originó en el segundo lustro de la década del 80', cuando asistió ̶ y registró ̶ las obras dirigidas por Tadeusz Kantor y Phillipe Genty, en el Teatro San Martín. Entonces pudo ver a las marionetas descansando cuando la función había terminado, las vio con pudor: “en ese momento estaban muertas”, después, con asombro las veía revivir en el escenario.
Florencia Qualina